El Alfil Negro

¡HOLA Y ADIÓS!

Por Ramón Ortiz Aguirre

Humanum genus est ávidum nimis auricularum”

(El género humano es ávido de todo aquello que cautiva el oído)

Lucrecio

No recuerdo con precisión cuándo escuché a Joaquín Sabina por primera vez. Tampoco sé ya dónde ni cómo fui comprando todos sus discos, ni su libro titulado “Con buena letra” donde se recogen todas sus canciones hasta el año 2001. Lo que sí recuerdo exactamente fue el concierto en Salamanca al que me invitaron mis amigos Pepe Sánchez, maestro en la Universidad Salmantina y Alberto Foyo, catedrático de la Universidad de Cantabria. Fue en ese lugar donde el artista andaluz y su grupo lograron que me volviera uno más de sus admiradores.

 

El pasado lunes 27 de enero, acudí puntualmente a las 20:30 horas a la cita que teníamos en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México. Sería la última vez que lo vería en vivo, después de haberlo acompañado en distintos teatros y foros en diferentes países. Así como yo, otros 10 mil seguidores acudieron a su invitación. Juntos nos llaman los “Sabineros” y no sé si algún otro cantante o músico ha bautizado con un sobrenombre a sus adeptos, pero el que Sabina lo consiguiera a fuerza de talento o pasión, vale mucho más que cualquier premio otorgado por academias o asociaciones.

 

Cuando se oscureció el auditorio, en las grandes pantallas se desplegó la imagen de su vídeo “Un último vals”, iniciando así su última gira a través de esa nostálgica canción que habla rápidamente de su vida y lo que espera para sus últimos días. Al concluir la proyección, un halo de luz proveniente de lo alto del recinto iluminó la esquina izquierda del escenario, por donde ingresó el cantautor vistiendo un traje azul, camisa negra y sombrero blanco. Entonces se iluminó el escenario de un color azul e inició el concierto, que era también su despedida. Nos habló del agradecimiento que tiene por México, ya que aquí fue en donde inició su primera gira trasatlántica hace ya muchos años, y por lo tanto le parecía el lugar indicado para arrancar su última gira que concluirá dentro de varios meses en Madrid.

Hace 78 años, el 12 de febrero de 1947 nació Joaquín Ramón Martínez Sabina, en Úbeda, Jaén, España. Fue el segundo hijo de Jerónimo Martínez Gallego, inspector de la Guardia Civil, y de Adela Sabina del Campo, quienes lo mandaron a estudiar la primaria con las monjas carmelitas y luego el bachillerato con los salesianos. Fue allí donde comenzó a escribir poemas y a componer música, pasiones que continuaría más adelante, en 1968, cuando entró a estudiar Filología en la Universidad de Granada.

 

Su afinidad con la izquierda y el Partido Comunista Español, amén de su participación en movimientos universitarios contrarios al régimen franquista, hicieron que su padre recibiera la orden de detenerlo y meterlo a la cárcel. Sabina entonces huyó y se convirtió en un refugiado en París y más tarde en Londres. En la capital inglesa, con la única intención de sobrevivir, comenzó a cantar en bares y cafés, y hasta en la calle, a la par que seguía escribiendo poemas y letras de canciones que verían la luz hasta su regreso a España en 1977, dos años después de la muerte del dictador Francisco Franco.

Casi cincuenta años después lo vimos disfrutar de todo su concierto que duró más de dos horas. Los espectadores cantábamos y coreábamos cada una de sus interpretaciones, acompañando la voz rasposa de un hombre lleno de vida a punto de cumplir los 78 años. Sabina vive y canta, a pesar de haber padecido el flagelo de las adicciones, mismas de las que logró rehabilitarse, y haber visitado los quirófanos en varias ocasiones. Vive su música como el hombre que ha amado y vivido con varias mujeres, que tiene dos hijas y que pasa la mayor parte de su tiempo en viajes y largas giras alejado de su amado Madrid. ¡Ah, Madrid! Esa ciudad maravillosa en donde a la calle San Joaquín del barrio de Malasaña, alguien renombró colocando bajo la placa del nombre una foto de Sabina, porque desde antes y todavía ahora, popularmente le llaman a esa calle la de Joaquín Sabina.

 

Al iniciar el concierto nos dijo a toda la concurrencia: “¡HOLA Y ADIÓS!” y al concluir se despidió de la misma manera: “¡HOLA Y ADIÓS!”. En nosotros, con cada pieza, sólo había pasión y agradecimiento. ¡Gracias Joaquín, de verdad, por todas tus canciones. Por tus poemas y tus pinturas. Gracias por hacer de México parte de tu biografía y cantarle a Diego Rivera, a Frida Kahlo, a José Alfredo Jiménez, a Agustín Lara y a Chabela Vargas. Pero, sobre todo, gracias por dar a México el privilegio de escuchar por vez primera este concierto de despedida de los escenarios!

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE

ramon.ortiz.aguirre@gmail.com

Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.

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