El Alfil Negro
Por Ramón Ortiz Aguirre
PARTE ALTA DEL NOVENO INNING
Hinc illae lacrima
(Por eso aquellas lágrimas)
Terencio
Era ya tarde, pasaban de las 11 de la noche y estaba a punto de irme a dormir cuando vi una noticia que me sacudió, dejándome atónito. Sin creerlo realmente, escuché a los conductores del noticiero informar sobre la muerte de uno de mis ídolos deportivos: Fernando Valenzuela el “Toro de Etchohuaquila”, el hombre que cambió para siempre el sentido del béisbol en México y buena parte de los Estados Unidos, comenzando en Los Ángeles, California.
La primera vez que lo vi lanzar un juego fue en 1981, jugando contra los Mets de Nueva York en un Dodger Stadium lleno a reventar. Toda la afición estaba volcada sobre el equipo de casa, con la atención especialmente fija en aquel novato de 20 años de edad que había llegado al equipo como relevista, pero que para esas alturas de la temporada ya era el pitcher abridor estrella para un equipo que, sin duda, en ese momento ya estaba haciendo historia.
Con el paso de los meses los Dodgers habían conseguido el liderato de la Liga Nacional, alccanzando el campeonato y el pase para jugar la Serie Mundial. Iban a enfrentarse contra los Yankees, “los Bombarderos del Bronx”, históricos y acérrimos rivales desde la época en que el equipo jugaba en Brooklyn.
La serie abrió en New York y rápidamente los “Mulos de Manhattan”, tomaron la delantera, ganando los dos primeros juegos. Parecía que todo estaba terminado para el equipo de California y que volverían a la Chavez Ravine, su casa enclavada al este de Los Ángeles a la Chávez Ravine, derrotados y cabizbajos.
Así las cosas, el 22 de octubre de 1981 los equipos salieron al diamante. Los Dodgers llevaban como lanzador abridor a Fernando Valenzuela, el novato sensación de las Ligas Mayores. De él dependía de que el equipo local pudiera recuperar terreno y, entonces sí, luchar por el gallardete. El reto era mayúsculo, sobre todo porque el equipo neoyorkino estaba arriba en la pizarra, pero la gente y los jugadores del equipo de casa no perdían la esperanza. Cuando llegó la parte alta de la novena entrada, con marcador de 5 a 4 a favor del equipo de casa, la batería de los Yankees esperaba voltear el marcador, sobre todo porque vendrían a la caja de bateo los más prestigiados bateadores de toda la Liga Americana.
Fue entonces cuando “El Toro” subió a la loma de los disparos. Estaba consciente de la responsabilidad que tenía en su prodigioso brazo izquierdo y Tom Lasorda, el manager, le dio su voto de confianza. El lanzador sabía que no podría fallar, que toda la afición estaba pendiente de su brazo, que en México prácticamente todas las televisiones estaban encendidas esperando el milagro. El inicio del juego fue difícil, le habrían anotado cuatro carreras y si no dominaba a su rivales ahora, se perdería todo el trabajo de la temporada. ¿Podría derrotar a los mejores bateadores de Manhattan?
Primero, Jerry Munphery fue dominado con una bola a la segunda base. Luego se acercó a la caja de bateo Dave Winfield, el gigante que cobraba veinte millones, para enfrentarse al lanzador sonorense que había firmado apenas por 45 mil dólares. Winfield bateó un elevado al jardín derecho. Ya sólo faltaba consumar el tercer out, pero al bate venia Lou Piniella. Valenzuela se secó el sudor, se ajustó la cachucha y elevó la mirada. Su brazo se agitó como un látigo; el primer lanzamiento fue una bola , el segundo otra bola y el púbico se puso de pie. El tercer lanzamiento fue un strike implacable, luego vino un faul y Piniella se puso en dos strikes, para finalmente ser ponchado con un prodigio de screwball que ha quedado para la memoria histórica del deporte.
Valenzuela terminó su trabajo habiendo realizado 149 lanzamientos, completando las nueve entradas, algo insólito aún hoy en día. En nuestro país, la épica narración del juego estuvo a cargo de Jorge “Sonny” Alarcón y Pedro “El Mago” Septién, quien al cierre de la transmisión el Mago lanzó un elogio enorme al joven pelotero, diciéndole: "Eres en el béisbol: oro, mezquita y basílica. Suena esto a mariachi, a jarabe, copal y cera, eres un jugador que tiene el pincel en la mano y la luz en el alma, nunca olvidaremos esto”.
Hace ya 43 años de aquella hazaña. Hoy, una vez más, los Dodgers se enfrentan a los Yankees en una Serie Mundial, pero ya no la transmitirá Fernando. Se fue en plenos juegos por el campeonato de la liga Nacional, no alcanzó a narrar esta serie de ensueño, como tampoco alcanzará a llegar a la lomita de los disparos, como estaba programado, como parte de un homenaje por su trayectoria. Valenzuela cumpliría 64 años el primero de noviembre.
Se ha ido el más grande beisbolista mexicano de todos los tiempos. En su honor, los Dodgers no lucirán un moño negro, sino un parche redondo bordado en sus uniformes con el nombre Fernando y el número 34, que no sólo portarán en la serie mundial, sino también durante toda la temporada de 2025
Dave Roberts, el actual manager de los Dodgers, ha dejado un mensaje: “Yo siento que Fernando era un hermano mayor para mí, era un jugador increíble una persona muy importante para mí, lo voy a extrañar de por vida y espero que este feliz y contento por su familia”.
Como aficionado que soy al béisbol, por pertenecer al grupo de la Fernandomania, es que la noche de la muerte de Valenzuela derrame aquellas lágrimas.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.
RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.