El Alfil Negro
DUELEN LOS DESAPARECIDOS
Por Ramón Ortiz Aguirre
Libertas pecunia lui non potest
(No hay dinero que pueda pagar la libertad)
Hace un momento entré en Facebook a ver que había para divertirme y quizá publicar algo para llamar la atención de una parte de los más de 5 mil seguidores que tengo. En esa plataforma suelo enterarme de las muchas noticias que todos comparten, pues ya no escucho a los agoreros que transmiten las noticias por la radio, porque además de que son pesimistas, confundieron su labor de periodistas con la de comunicadores del odio, rivalidades políticas y acres críticas al gobierno.
En uno de los perfiles que visito me encuentro con algo que ya es cotidiano: el cartel de una persona desaparecida. Siempre se me estruja el alma, aunque no conozca a las personas por las que se hace un pedido de auxilio. Sus familiares y amigos piden información para encontrarlos, o tan siquiera saber lo que sea sobre ellos, ¿en dónde están y con quién están? ¿Volverán algún día? Las solicitudes de apoyo se repiten y comparten en los perfiles de distintos cibernautas y todos los que compartimos esperamos que las y los desaparecidos vuelvan pronto a sus casas y con sus seres queridos; las y los queremos de regreso en sus escuelas y trabajos, conviviendo con los suyos, platicando con los vecinos y el marchante de la tienda o del mercado.
En Internet la esperanza se multiplica, pero, tristemente y en honor a la verdad, casi nunca tienen respuesta esos llamados. Sucede que en estos tiempos infames en que vivimos, la delincuencia terminó por apodarse de todos los espacios y ha crecido desproporcionadamente su maldito ámbito de influencia. Hoy por hoy, lo mismo desaparecen a un infante recién nacido que a un anciano, pues para los desgraciados delincuentes no importa nada, ni la edad de las víctimas. Lo único que les interesa es sacarles provecho: en algunos casos piden cuantiosas recompensas, aunque no siempre liberen a la víctima, y en otras ocasiones las personas son plagiadas para servir de esclavos en el campo, los laboratorios y el comercio sexual. También se sabe que a algunas víctimas las quieren para el tráfico ilegal de órganos vitales. El horror.
Cuando era pequeño jugábamos en las calles con toda libertad; hacíamos mandados en el mercado o en las tiendas del barrio y salíamos a todo sitio sin temor alguno. Sin duda, entonces vivíamos en una ciudad tranquila. A pesar de eso, nuestros padres cautelosos no dejaban de recomendarnos no hablar con extraños ni aceptar dulces y regalos de personas desconocidas. ¡Podía ser el robachicos que nos llevaría en el costal que cargaba al hombro! Si no nos cuidábamos, no podríamos volver a casa en ese pasado inocente tan alejado de los terrores del presente donde abundan los expertos en la desaparición de terceros y no necesitan costales.
En el lenguaje militar, existen dos clasificaciones para distinguir a los prisioneros de guerra y otros desaparecidos durante los conflictos; por un lado, se tiene a los “Prisioners of War” (POW), y por otro a los “Missing In Atcion” (MIA). ¿Será momento de adoptar estos conceptos para la clasificación de los miles de mexicanos y mexicanas que han sido desaparecidos en las décadas recientes por la delincuencia organizada y la común? ¿Sería más apropiado acuñar uno nuestro? ¿Serviría esto de algo para ayudarlos a volver a casa?
Toda esta violencia sin sentido es mucho muy dolorosa, y así me duele también que los políticos sin escrúpulos utilicen a las agrupaciones de madres y padres buscadores para sus campañas políticas. México no se merece lo que nos sucede, no se merece la apatía de las autoridades, no se merece las lágrimas de tantas familias. No tengo que ir lejos para ver todo esto que sucede: como digo, lo noto cada vez que abro mi perfil de Facebook en el que sigue desaparecida una madre de familia, donde un jovencito desapareció en Soledad, donde una madre muestra la fotografía de su niña a la que no encuentra.
Estas historias se repetirán una y otra vez, todos los días. Me lleno de rabia y de dolor. ¿Por qué el gobernador no dice qué está haciendo para resolver este gran problema? San Luis Potosí no necesita festivales charros, ni conciertos musicales “gratuitos”, ni echar la culpa de todo a lo que llaman la herencia maldita. Aquí lo que necesitamos es vivir en paz y con seguridad, entre otras muchas cosas que van más allá de la fiesta desenfrenada. Por ejemplo, que regresen los desparecidos a sus casas y con su gente.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.
RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.