El Alfil Negro
Por Ramón Ortiz Aguirre
SE HACEN TALACHAS
Labor omnia vincit improbus
(El trabajo tenaz todo lo vence)
Virgilio
Pedro y su novia María salieron a pasear como cada domingo. Decidieron dar una vuelta por el Centro Histórico; quieren ir a un museo, luego a escuchar a la Banda de Música del Estado en la Plaza de Armas, comer en un restaurante y saborear un barquillo. Total, si se acaba el dinero pueden regresar a casa tomados de la mano. Tienen tanto de qué platicar, que es mejor hacerlo caminando y no en el camión urbano en donde nunca faltara el metiche que escuche sus historias.
Cuando van rumbo a Plaza del Carmen escuchan un sonido estridente y no de los tradicionales payasos que ahí divierten a la concurrencia a cambio de unas monedas. ¡Para nada! El jolgorio lo encabeza el presidente municipal junto a los integrantes de su gabinete y los pobres trabajadores a los que les han citado de manera obligatoria para hacer bola, sin tomar en consideración que les roban el tiempo que deben dedicar al descanso y a convivir con su familia.
La mayoría de los asistentes visten camisa o chamarra roja y algunos llevan una cachucha del mismo color. Se dedican a aplaudir cada intervención del mandatario municipal, quien les presenta un ambicioso programa de trabajo denominado “100 días de gobierno, 100 días de talacha”, como también lo anuncia un pendón grandísimo colgado del Teatro de la Paz. El letrero no es rojo ni azul, los colores tradicionales de los partidos que llevaron al alcalde al poder, sino naranja y verde. Y no, no es que ahora se afilie a Movimiento Ciudadano o incluso al Verde, porque el Pantone es un poco distinto, es más bien fluorescente y sirve para que resalte la leyenda “San Luis Amable”, que contrasta con el chaleco, ese sí rojo, del alcalde Galindo, quien lleva además una chamarra azul con el logo de la empresa IZZI. Entre tanto color y jolgorio, los trabajadores son llamados a limpiar la Plaza del Carmen, a lo que se arrojan como hormiguitas que deberían hacer esto todos los días, la verdad, y no solo en esta ocasión que se les indica expresamente.
Sorprendidos, la joven pareja de novios circula como puede entre aquel grupo de aguerridos “talacheros”, hasta que logran ingresar al Museo de la Máscara. Hasta allá en el interior del recinto resuena el ruido de los asistentes al magno evento de la limpieza con el que arranca el segundo periodo de gobierno de Enrique Galindo, quien busca con gran afán la designación dentro de tres años como candidato al Gobierno del Estado. Poco más tarde, al concluir la visita a las salas que resguardan la colección de máscaras más representativa de todo el país, siguen con sus planes: música al aire libre y helado de marca potosina, antes de meterse al restorán a comer unas buenas milanesas y platicar enamorados.
María comenta que eso de andar convocando a un programa de trabajo por los cien días de gobierno es ridículo y pura publicidad inútil, que mejor deberían de anunciar y ejecutar un programa de talacha por los 365 días que tiene el año, lo que representaría 1095 días de beneficio para la población. Luego añade que de una vez deberían cambiarle el nombre al evento, porque la palabra talacha no es la más adecuada para definir el espectáculo que vieron hace un rato en el Carmen. Pedro le pregunta a su novia qué quiere decir y ella, recientemente graduada de la carrera de Letras, le explica que la Academia Mexicana de la Lengua define originalmente al término “talacha” como un instrumento de labranza parecido al azadón con el que se rompe la tierra dura. “Como gran parte del español mexicano”, le platica la chica mientras pide un café para pasar el postre, “la palabra es un híbrido de la voz náhuatl para tierra, tlalli, y la española hacha”.
“Bueno”, le revira el novio, “tal vez talacha no significa propiamente un trabajo sino un instrumento, pero acuérdate que luego los significados se extienden y es comprensible que pasó de significar la herramienta a designar la labor. Ejemplos como ese hay miles en nuestro idioma. ¿No has visto por todos lados aquí en el centro y hasta en las carreteras esos letreros con la leyenda 'se hacen talachas'? Seguro no quieren decir que se fabrican azadones, sino que hay gente contratándose para hacer trabajos manuales, de hecho casi siempre urgentes”.
“Claro”, le responde María, “a eso iba…El término talacha no me gusta porque me parece hasta peyorativo, y es que siempre lo relacionamos con cosas malhechas o no hechas por manos expertas y que además son baratas y solo sirven para salir del paso”. “Te entiendo”, le contesta Pedro siempre enamorado de la gran perspicacia de su novia, “no es lo mejor que un gobierno piense que sus obligaciones son chambitas y no compromisos que debe ejecutar de la mejor manera y sin escatimar en gastos y experiencia”.
Después de pagar la cuenta y salir del restaurante, Pedro y María se toman de la mano y caminan ya sin acordarse de la plática talachera. En este momento es mejor escuchar a los niños que corren y juegan por la Calzada de Guadalupe, esa bella avenida que hoy luce tan descuidada y a la que el alcalde le ha dado por llamar “El Paseo Esmeralda”. Cuando llegan a casa de María, Pedro se despide con un beso y regresa rumbo a la suya, pensando en lo dichoso que ha sido su domingo.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.
RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.