Torre Cultural
TANTO TIEMPO, TANTO MUNDO Y COINCIDIR
Por Pedro Félix Gutiérrez
Durante unos tres mil años el iceberg que destruyó al Titanic fue solidificándose en las costas de Groenlandia. Se desprendió en 1910 y comenzó a navegar a la deriva. Por dos años el viento y la corriente del labrador lo llevaron la noche del domingo 14 de abril de 1912 a encontraste a 150 kilómetros de Terranova con el barco más grande, elegante y seguro construido hasta entonces y que hacía su viaje inaugural entre Southampton, Inglaterra y Nueva York, Estados Unidos.
Obra maestra de la ingeniería marítima de la época.
Se consideraba "insumergible" gracias a sus compartimientos de estancos continuos pero el iceberg rompió cinco de esas cámaras y abrió una desgarradura de 90 metros e hizo que ante la incredulidad general el gran barco se hundiera a las dos y veinte de la madrugada del día 15.
De las 2224 personas a bordo murieron 1502, se salvó el 63 por ciento de los que viajaban en primera clase; de la segunda clase se salvó el 42 por ciento; de la tercera clase el 25 por ciento y de la tripulación solo el 23 por ciento. Como era "insumergible" no traía suficientes lanchas de salvamento.
Aquí se acabó la bella época y algunos de los que se salvaron recuerdan los gritos de Ismael, el dueño de la compañía del Titanic: "!Soy Ismael! !Soy Ismael!" mientras saltaba a uno de los botes.
Mientras tanto el Capitán del barco, Edward Smith, se metía a su cabina de mando a esperar la muerte.
En su libro “El Titanic: La extraordinaria historia del barco a prueba de naufragios” (1997), el periodista británico Geoff Tibballs señala que poco después de medianoche, Wallace Hartley, violinista de Lancashire de 33 años, se ubicó en la entrada de primera clase con los siete músicos de su banda para calmar a los pasajeros. Más tarde, cuando los pasajeros empezaron a abandonar el barco, se ubicaron en la popa de la cubierta de botes. A la 1.15 a.m. el Titanic dio un vaivén que inclinó aún más la cubierta, sin embargo, la banda siguió tocando, dignamente, sus marchas, valses de Strauss y el pegadizo ragtime, el ritmo de moda por entonces. La música ayudaba también a silenciar los alaridos.
Una hora después, cerca de las 2:10 a.m., Hartley decide finalizar el concierto, pero su banda no pestañea. Siguen en su puesto. Tibballs especula con aquel último repertorio, pudiendo ser los himnos cristianos “Autumn” (otoño) o “Nearer, My God, to Thee” (Cerca de ti, Señor). En cualquier caso, para el autor debió ser una melodía que los músicos conocieran bien, pues la ejecutaron en total oscuridad, con el barco totalmente inclinado antes de irse a pique.
Era el jet set de entonces, el mítico barco acabó con este modo de vivir. Una suite de lujo costaba 4360 dólares lo que un pasajero o un marinero con 20 dólares al mes necesitaría un año de sueldo para poder viajar así. Fue la primera vez que se usó el SOS para pedir auxilio.
Así terminaron también las nociones de superioridad del valor anglosajón y sobre todo la confianza generalizada en la técnica y el progreso.
El barco "insumergible" -decían "Ni Dios lo puede hundir"-, la máxima conquista de la industrialización, se hundió en su primer viaje y arrastró consigo seguridades y complacencias. Fue el fin de los viejos tiempos y el principio del tumulto. Gracias a José Emilio Pacheco por sus datos para esta crónica.
Ver y enseñar a ver para dejar atrás la infancia espiritual.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.
Es académico investigador por la UASLP la cual ha publicado sus libros. Es considerado buen escritor y poeta. Sus columnas periodísticas son culturales