El alfil negro

Por Ramón Ortiz Aguirre

NO TENEMOS MEDICINA, TENEMOS SHOW

 

Homini necesse est mori
(El destino del hombre es la muerte)

Una madre viaja en el transporte urbano. Lleva a su hijo en brazos rumbo al hospital. Por las ventanas del camión se llenan los ojos con los enormes carteles anunciando, a todo color, los próximos informes del presidente municipal y del gobernador. Lee todo lo que dicen que hicieron y que están haciendo y supone que vive en una ciudad y en un estado maravillosos, donde todo está resuelto. San Luis Potosí, definitivamente, es un ejemplo para el resto del país y, por qué no, también la envidia de otras naciones.

 

Ve que los rebasa otro autobús con un enorme anuncio de Maluma pegado en la parte de atrás. El cantante colombiano estuvo hace un tiempo en el Teatro del Pueblo de la FENAPO. Se da cuenta que en postes, bardas y esquinas cuelgan otros muchos pendones con los nombres de los demás grandes artistas que estuvieron en la feria, un evento anunciadísimo por el gobernador, desde muchos meses antes de que sucediera. “¿Por qué siguen ahí los carteles si el evento ya ocurrió?”, se pregunta la madre, quien mira con pena cómo a toda esa basura ahora se le suma también la de los informes de los gobernantes.

 

“El elogio en boca propia es vituperio”, concluye, y luego piensa que tanta promoción seguramente está costando un ojo de la cara. Para reconfortarse, abraza fuerte a su hijo con la esperanza de que se le alivie y, ahora sí, poder ir el año entrante a la feria. Ahora no fue posible porque la precaria salud del pequeño se los impidió. Estuvo en cama muchos meses, casi todo el año, desde que el hospital lo regresó a su casa para restablecerse. Si hoy vuelven para allá, es sólo para que lo revise el médico y le dé su medicina para que pueda seguir saliendo adelante.

 

Todo el trayecto ha sido largo y tedioso. La familia vive al nororiente de la ciudad y la madre ha necesitado tomar dos autobuses para acercarse a su destino. El segundo autobús fue el peor del día, iba con sobrecupo y ni un sólo pasajero tuvo la educación de cederle el asiento a la mujer que carga precariamente a su niño. Respira aliviada cuando finalmente ve el Hospital Central, aunque ya sabe que ahí también batallará con la gran afluencia de pacientes que, llenos de esperanza, llegan a toda hora para ser atendidos.

 

Los empujones a las puertas del hospital le son habituales, aunque en esta ocasión son peores porque están cerradas. No sólo eso, en ellas cuelgan una serie de carteles firmados por médicos, enfermeras, laboratoristas y toda clase de trabajadores, señalando que, por ese día, no podrían atender a nadie. La madre se fija angustiada en una cartulina fluorescente con grandes letras mayúsculas: “HOY NO PODEMOS ATENDERTE, NO HAY MEDICAMENTOS, NI INSUMOS DE LABORATORIO, NI MATERIAL PARA CURACIONES”. ¿Y ahora? El horror le desencaja un gesto casi resignado.

 

Cuando va a dar la vuelta para irse, la madre ve acercarse a un grupo de doctores y enfermeras que quieren hablar con los pacientes impacientes. Los saben desesperados por encontrar alguna alternativa para aliviar sus padecimientos. Aunque la información podrían conocerla en redes sociales, la mayoría de los enfermos que se aglutinan a la entrada del Central no tienen cabeza para otra cosa que el estupor y el miedo. “¿Por qué no hay nada de lo que necesitamos?”, pregunta alguien, pero los médicos no tienen respuestas, solamente disculpas y recogimiento de hombros.

 

La suerte está echada y a las afueras del hospital solo se repartió abandono. Los enfermos, anonadados, se miran los unos a los otros mientras lloran y maldicen a las autoridades que están muy lejos y llevan mucho tiempo haciendo oídos sordos. “Alguien saldrá a dar la cara, ¿no?”, pregunta una incauta por pura retórica pues ya conoce la respuesta. Claro que no se apersonará nadie, ¿por qué habrían de hacerlo? Nadie irá a ayudarlos porque ahí, en las inmediaciones del Parque de Morales no hay fiesta ni charreada alguna, menos artistas famosos que les canten a los convalecientes y sus familias.

 

“El primero en desatender todo este asunto”, menciona un precavido, “fue el ciudadano gobernante estatal. Él se lavó las manos como Pilatos y rápidamente dijo que el hospital ya había sido entregado a las autoridades federales para incorporarlo al sistema IMSS-BIENESTAR”, se recarga en la reja, “siendo así, pues él no puede destinar ni un peso para la situación, o eso dice”.

 

“Cómo pudo haber dicho eso”, le contestó otro que llevaba el brazo vendado y pegado al cuerpo. “De todos es sabido que la transición de un sistema a otro no se da de golpe y porrazo, es un proceso lento que implica periodos de entrega y recepción y todo lo que esto conlleva”.

“¿Y entonces?”, le increpan.

 

“Pues no sé. Miren, ni administrativa ni moralmente puede dejarnos colgados el gobierno del estado. ¡Es completamente inhumano que se nos bloqueé así el acceso a la salud!”.

 

Yo quisiera intervenir en la escena, decirles que no se preocupen porque en el estado tenemos una Secretaria de Salud que deberá arreglar todo. Me detengo porque sé que nadie va a saber a quién me refiero, y aunque seguro habrá quienes sí la conozcan y sepan de su capacidad, seguramente serán contados con los dedos de una mano. Qué podría informarles si no sé mucho, si la señora es hora de que no ha salido a decir qué es lo que van a hacer para auxiliar al personal del hospital y, consecuentemente, a los enfermos. Cómo podría brindarles palabras de confianza en la secretaria y su trabajo, ¡si ella ni siquiera es médica! Me parece que es administradora y sus conocimientos de la medicina, según se cuenta, no van más allá de conocer el Mejoral, el Vick y el Paracetamol.

 

“¿Y si le hablamos al alcalde?”, pregunta cándida la mujer que no quiere dejar a su hijo sin su tratamiento.

 

¡Uy, qué le digo! El precandidato a gobernador que en este momento se desempeña como presidente municipal, tampoco se ha pronunciado, ni siquiera ha mostrado interés en ayudar a nadie. Ojalá ni se le ocurra decir que no hace nada porque este asunto no es de su competencia. Que no se le olvide que la salud y el bienestar del pueblo es responsabilidad de todas las autoridades, en todos los diferentes órdenes de gobierno.

 

Desairada, la madre carga a Pedro y vuelve a la parada del camión. Se sube a ese que presume la cara de Maluma y el nombre de la FENAPO. En sus reclamaciones, algunos de los enfermos que no pudieron ser atendidos, le mientan la madre a los artistas que vinieron a cobrar millones. Creen que es por ese gasto que no hay medicinas. La mujer sabe, sin embargo, que la responsabilidad no es de los cantantes. Nada qué ver, es de quienes dilapidan el dinero público que debería destinarse al bienestar de todos los potosinos, pero no quiere desgastarse en explicaciones que nadie ha pedido. Mejor ocupa su viaje de vuelta a casa recordando que, mal que bien, una verdad absoluta es que todos somos mortales. Que recibamos o no atención médica, igual vamos a morirnos. El pesimismo.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE

ramon.ortiz.aguirre@gmail.com

Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.

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